Columna: Hugo Gómez Terrazas
Donald Trump regresa a la Casa Blanca en 2024 con una victoria decisiva que refleja una nación dividida y cargada de tensiones. Con un mensaje centrado en el proteccionismo económico, el endurecimiento de políticas migratorias y el rechazo al “establishment”, logró conectar con millones de estadounidenses que sienten que el país ha perdido su rumbo. Su triunfo se fundamenta en la promesa de devolver el control a las personas comunes, mientras las controversias y los ataques se convierten en su mayor fortaleza. Esta victoria plantea interrogantes sobre el futuro de un país fracturado y su capacidad para superar las divisiones que lo atraviesan.
La reciente victoria de Donald Trump en 2024, obteniendo 277 votos electorales frente a los 224 de Kamala Harris y con un 51% del voto popular, refleja una realidad compleja y dividida en Estados Unidos. La elección no solo fue una contienda política, sino un referéndum sobre el futuro del país, los miedos económicos y la seguridad fronteriza. Trump no es simplemente un candidato, sino un símbolo para millones de estadounidenses que creen que el país ha perdido el rumbo.
Para sus seguidores, Trump representa un baluarte contra el “establishment” y una figura que promete protegerlos de amenazas internas y externas. Con una campaña centrada en temas como el proteccionismo económico, el endurecimiento de las políticas migratorias y la disminución de la intervención en conflictos internacionales, Trump ofreció una visión de “América primero” que tocó una fibra sensible en un electorado cansado de las políticas tradicionales. Estados como Pensilvania, Georgia y Carolina del Norte le dieron el apoyo necesario, reflejando una demanda de mayor control en las fronteras y la reindustrialización del país.
Otro factor que ayudó a su triunfo fue la narrativa de “retribución”. Trump convirtió las acusaciones y los casos judiciales en su contra en una prueba de su lucha contra el sistema. Su mensaje de que las élites y los medios están en su contra, pero también en contra del “pueblo estadounidense común”, consolidó una base leal que ve en él una respuesta a sus frustraciones. Así, las controversias y los ataques se convirtieron, paradójicamente, en su mayor fortaleza, permitiéndole proyectarse como el líder de un movimiento antisistema.
El respaldo de millones de estadounidenses que sienten que el “sueño americano” se ha desvanecido o está fuera de su alcance fue clave para su victoria. Más allá de las políticas, Trump representa un acto de resistencia frente a un sistema político y social que muchos consideran roto. En esta elección, votaron por alguien que promete sacudir los cimientos del país y restaurar un sentido de control y pertenencia, aunque su visión esté marcada por el aislacionismo y la confrontación. La pregunta ahora es si el liderazgo de Trump logrará cumplir estas expectativas o si generará aún más divisiones en una nación profundamente fragmentada.