
En dos escuelas primarias de la Ciudad de México, los dulces han logrado sortear las restricciones impuestas por la Secretaría de Educación Pública (SEP) sobre la venta de comida chatarra en las tiendas escolares. En la primaria pública donde Leonel estudia, ubicada en la Alcaldía Benito Juárez, se venden bolsas de papas. «Uno las vende a 15 pesos, otro a 20. Si la bolsa es más grande, le aumentan 5 pesos», explicó Leonel.
Además, mencionó que en su salón solo hay un compañero que vende estos productos de manera clandestina. «La maestra ya lo descubrió, le dijo que no estaba bien, pero que lo iba a dejar, solo le pidió que lo hiciera de forma discreta, porque si no, la directora lo regañaría», relató. En la cooperativa de su escuela, comentaron que sustituyeron las bolsas de papas por frutas, como la sandía, en un intento por ofrecer opciones más saludables.
Por otro lado, Luis, un estudiante de una primaria particular también en Benito Juárez, contó que en su escuela, los compañeros venden desde malvaviscos cubiertos de chocolate a 10 pesos, hasta golosinas enchiladas a 8 pesos. Estas golosinas se distribuyen en el patio del colegio, debido a que en las tiendas escolares ya no se venden más.
Se han identificado al menos tres planteles donde los estudiantes de diferentes niveles escolares distribuyen golosinas fuera de las tiendas, en respuesta a la falta de estos productos dentro de las instalaciones. Uno de estos casos ocurre en una secundaria privada en la misma alcaldía. Los adolescentes han optado por llenar un locker con los llamados «productos prohibidos», buscando evitar que sean detectados por los maestros.
El pasado viernes, varios estudiantes acordaron que cada uno contribuiría con dulces este lunes para tenerlos disponibles en el locker. «Yo llevé una bolsa grande de Menthos, pero mi mamá me dijo que no tomara dulces porque después tendríamos que pagarle a la dentista», relató Andrea, una de las estudiantes involucradas. Ella explicó que la idea del locker surgió como una forma de tener los dulces a la mano y bajo llave, para evitar que los maestros o la prefecta los regañaran. Sin embargo, no fue necesario guardar los dulces, ya que se acabaron el primer día.