El debate por la dirigencia del PAN entre Adriana Dávila y Jorge Romero mostró una batalla interna entre visiones radicalmente opuestas, exponiendo fisuras dentro del partido que no solo hablan de diferencias políticas, sino de confrontaciones personales. En un giro inesperado, Dávila no solo criticó las alianzas pasadas con otros partidos, sino que arremetió contra figuras de su propio partido por sus vínculos con Morena. Aseguró que líderes actuales, como el propio Marko Cortés, coquetean con el oficialismo al felicitar públicamente a figuras como Adán Augusto López, enviando, según ella, una señal de sumisión que “patea” a la base panista y minimiza su papel como oposición.
Romero, por su parte, buscó proyectar una imagen conciliadora, pero no dudó en lanzar indirectas a Dávila, insinuando que quienes critican demasiado están más interesados en “destruir que construir”. Su postura de “unidad” pareció ser una defensa ante los ataques de Dávila, que lo señaló indirectamente al hablar de políticos del PAN que, según ella, han aprovechado su posición para alianzas estratégicas sin consultar a la militancia, y en sus palabras, han “traicionado” los principios del partido.
La tensión se palpó en todo momento: Dávila acusó a ciertos sectores del PAN de estar más enfocados en sus ambiciones personales que en construir un partido fuerte, mientras Romero insistió en la importancia de una apertura “genuina” a los ciudadanos, aunque sin mencionar las demandas de Dávila por mayor control democrático. Ambos candidatos coincidieron en que el PAN debe cambiar, pero sus planteamientos reflejan un conflicto en el corazón de la organización que podría dividir al partido justo antes de las elecciones.
Esta confrontación no solo expone la falta de consenso en torno a la dirección del PAN, sino que deja claro que, gane quien gane, el partido tendrá que enfrentar una crisis de identidad que podría definir su futuro como oposición frente a Morena y sus aliados.