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Comunidad católica conmemora el Domingo de Ramos

El arzobispo de Chihuahua, Constancio Miranda Weckmann, presidió este domingo la misa de Domingo de Ramos en la Catedral, donde una multitud de fieles se dio cita para recibir la bendición de las palmas de olivo, rito que marca el inicio de la Semana Santa. Vestido con ornamentos litúrgicos de color rojo —símbolo de la vida, la Pasión y la muerte de Jesucristo—, el prelado ofreció el sermón acompañado de religiosos, laicos y cientos de creyentes, primero a las afueras del templo y posteriormente dentro del recinto, durante la homilía.

Asimismo, agradeció a quienes siguieron la ceremonia a través de transmisiones en línea y en medios de comunicación. En el exterior del templo, los vendedores de artículos religiosos, como cruces y figuras elaboradas con plantas, se mostraron optimistas ante la alta asistencia de personas, lo que favoreció las ventas. Esta situación contrasta notablemente con los años de pandemia, cuando sus ingresos fueron prácticamente nulos.

Desde temprana hora, cientos de católicos formaron largas filas en espera de la misa del mediodía, también presidida por el arzobispo. Ya dentro de la iglesia, se realizó una lectura detallada de la vida y obra de Cristo: desde sus enseñanzas, la traición de Judas, la negación de Pedro, su arresto y juicio ante Poncio Pilatos, hasta la flagelación, el camino al calvario, la crucifixión, su muerte y la resurrección al tercer día.

La lectura del Evangelio estuvo a cargo de tres personas, entre ellas dos acólitos. Los primeros representaron a distintos personajes del relato bíblico, mientras que el sacerdote principal leyó las palabras atribuidas a Jesucristo. Durante la homilía, se recordó la tradición del Domingo de Ramos, la cual rememora la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén para celebrar la Pascua.

Según los Evangelios, el Mesías pidió a sus discípulos que le consiguieran un burro, el cual montó para ingresar a la ciudad. La gente, en señal de respeto y júbilo, tendía sus mantos sobre el camino y cortaba ramas de árboles para alfombrar su paso, tal como se hacía con los reyes. Los asistentes, tanto quienes iban delante como los que seguían al Nazareno, exclamaban con fervor: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!”.

Se destacó también que Jerusalén era la ciudad más importante del país y su capital, por lo que muchos —niños y adultos— lo recibieron con entusiasmo, ondeando palmas y coreando “hosanna”, que significa “viva”. Ante la conmoción popular, algunos habitantes de la ciudad preguntaban: “¿Quién es éste?”, a lo que otros respondían: “Es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea”.

Así fue como se describió la entrada triunfal de Cristo. La multitud que lo acompañaba estaba conformada por hombres, mujeres y niños, cada uno con su historia, su labor cotidiana, sus virtudes y defectos, pero unidos por el deseo de seguir al Hijo de Dios. Muchos de ellos habían presenciado los milagros del Mesías y escuchado sus parábolas, lo cual los motivó a aclamarlo con ramas en las manos al entrar en Jerusalén.

Sin embargo, aunque fueron numerosos los que lo siguieron en ese momento de gloria, fueron pocos los que permanecieron a su lado durante su Pasión y muerte. Mientras esto ocurría, los sacerdotes judíos buscaban razones para arrestarlo, temerosos de su creciente popularidad y del fervor con el que fue recibido por el pueblo.