
China respondió a los nuevos aranceles impuestos por el expresidente Donald Trump con un aumento en los gravámenes a todos los productos estadounidenses, que pasarán del 84% al 125% a partir del 12 de abril. El gobierno chino calificó las medidas de Washington como una «broma» y aseguró que ya no vale la pena igualarlas.
El Ministerio de Finanzas y la Comisión de Comercio señalaron que los productos de EE. UU. ya no son comercializables en China bajo las actuales tasas, y advirtieron que, si Washington impone nuevos aranceles, simplemente los ignorarán. Pekín acusó a EE. UU. de violar normas internacionales, utilizar la coerción económica y causar inestabilidad global.
El Ministerio de Comercio chino también criticó el uso reiterado de aranceles como táctica política por parte de EE. UU., calificándolo como un «juego de cifras» sin sentido económico. Además, subrayó que la presión no llevará a concesiones y que China está lista para responder si sus intereses se ven gravemente afectados.
La tensión comercial ya afecta a otros ámbitos de la relación bilateral. China limitó la proyección de películas estadounidenses, emitió alertas de viaje y seguridad para sus ciudadanos en EE. UU., y advirtió sobre un posible escalamiento si no hay diálogo basado en respeto mutuo.
El conflicto también tuvo impacto inmediato en los mercados: cayeron los futuros del S&P 500, bajaron las bolsas europeas y el dólar perdió valor. Economistas redujeron las proyecciones de crecimiento para China, mientras que el presidente Xi Jinping aseguró que su país no teme a la presión externa y seguirá enfocado en su propio desarrollo.
Analistas señalan que la estrategia china busca mostrarse como más racional y contenida frente a las acciones de Trump. Con un comercio bilateral cercano a los 700 mil millones de dólares anuales, ambas economías enfrentan el riesgo de mayores costos y disrupciones si la guerra comercial continúa sin solución.