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Romeyno Gutiérrez, el talento rarámuri del piano, se presenta en el CECUT

Romeyno Gutiérrez Luna nació en Retosachi, un pequeño pueblo del municipio de Batopilas, en Chihuahua. Hijo del violinista local, desde temprana edad mostró interés por la música. A los cinco años comenzó a estudiar piano con un músico estadounidense que residía en la Sierra Tarahumara. Su presentación en el Centro Cultural Tijuana (CECUT) tuvo lugar el Día Internacional de la Lengua Materna, en el marco de un evento en el que Gutiérrez, un pianista rarámuri, sorprendió al público al interpretar tanto obras de Mozart como danzas tradicionales de su comunidad.


Durante su actuación, Gutiérrez compartió su historia con los asistentes en la Sala de Espectáculos, quienes aguardaban con expectativa conocer al que había sido anunciado como “el primer pianista indígena de América Latina”. El músico relató que su historia comenzó mucho antes de su nacimiento, cuando un pianista estadounidense, Romayne Wheeler, decidió mudarse a la Sierra Tarahumara. Fue allí donde conoció a Juan Gutiérrez, el violinista más reconocido de Retosachi. Ambos forjaron una amistad, y como muestra de afecto, Juan le puso el nombre de su amigo a su primer hijo, quien además sería bautizado por Wheeler.


Aunque Romeyno no recuerda ese momento, relata que Wheeler le contó que, al notar que lo observaba mientras tocaba el piano, decidió invitarlo a conocer el instrumento.
En la cultura rarámuri existen dos tipos de danzas: las de los matachines, de origen colonial, y las autóctonas, como el pascol, que comparte ritmos con las danzas de los Yaquis. Aunque el piano nunca formó parte de los instrumentos tradicionales de su pueblo, Romeyno ha logrado adaptarlo a las danzas rarámuri.


El músico explicó que su música está profundamente conectada con la naturaleza, y que los ritmos repetitivos que utiliza tienen sus raíces en la visión del infinito propia de su cultura.
Para su presentación, Gutiérrez seleccionó piezas de música clásica que marcaron su formación y su niñez. Entre ellas, interpretó “Ensueño” de Schumann, uno de los Nocturnos de Chopin, y dos variaciones de una obra de Mozart, que escuchaba de niño cuando los sacerdotes jesuitas de la Tarahumara la ponían a través de los altavoces del pueblo. Cerró su concierto con el célebre final «Rondó Alla Turca», el tercer movimiento de la Sonata para piano número 11. La actuación resultó ser una experiencia sonora y visual única para los presentes.