
Columna: Hugo Isaac Gómez Terrazas.
Como joven mexicano, he sido testigo de cómo el nepotismo ha moldeado la política en nuestro país. Familias enteras se han perpetuado en el poder, transmitiendo cargos de padres a hijos como si fueran herencias. Este fenómeno no solo limita la participación de nuevas voces, sino que también perpetúa prácticas corruptas que frenan nuestro desarrollo.
Recientemente, la presidenta Claudia Sheinbaum ha propuesto una reforma para combatir este “nepotismo electoral”. La iniciativa busca prohibir que familiares cercanos de un gobernante saliente sean candidatos a sucederlo y eliminar la reelección a partir de 2030. Se espera que esta reforma entre en vigor para las elecciones de 2027, con el objetivo de frenar la transmisión hereditaria de cargos públicos.
Sin embargo, aunque esta propuesta parece prometedora, es válido preguntarse si realmente logrará erradicar el nepotismo o si simplemente cambiará la forma en que las élites políticas mantienen su poder. En estados como Guerrero, por ejemplo, las dinastías políticas han encontrado formas de adaptarse a las reformas, manteniendo su influencia a través de alianzas y acuerdos que les permiten seguir controlando el panorama político.
En Chihuahua, también hemos sido testigos de prácticas nepotistas. Por ejemplo, en el Congreso del Estado, se ha denunciado que el 49% del personal tiene al menos un familiar trabajando en la misma institución. Además, se han reportado casos en los que funcionarios públicos han colocado a familiares y amigos cercanos en diversas dependencias y organismos del poder ejecutivo estatal.
Estas situaciones generan escepticismo sobre la efectividad de la reforma propuesta. Aunque la intención es noble, la realidad es que las estructuras de poder en México son complejas y están profundamente arraigadas. Las élites políticas podrían encontrar lagunas legales o métodos alternativos para mantener su influencia, incluso si la reforma se implementa.
Como joven, considero que esta reforma es un paso en la dirección correcta, pero no es suficiente por sí sola. Es esencial que se acompañe de mecanismos robustos de vigilancia y rendición de cuentas para garantizar su cumplimiento efectivo. Además, se debe fomentar una cultura política que valore el mérito y la capacidad por encima de las conexiones familiares. Solo así podremos aspirar a un futuro donde el talento y la integridad sean los criterios principales para ocupar cargos públicos, dejando atrás las prácticas nepotistas que tanto daño han causado a nuestra sociedad.