Hoy, 5 de agosto de 2024, el mundo se estremece ante el colapso de la bolsa de valores en Tokio, un acontecimiento que no solo afecta a Japón, sino que resuena en cada rincón del globo. Más de 1,93 billones de dólares han sido eliminados del mercado de valores estadounidense hasta el momento, ya que el Nasdaq ha caído más de 1,000 puntos y se pronostica que la criptomoneda seguirá una tendencia similar. La Bolsa de Valores de Tokio ha caído de manera contundente, desencadenando una cadena de eventos que ya están provocando estragos en los mercados financieros de Asia y más allá. En Corea del Sur, las operaciones han sido suspendidas para evitar una mayor catástrofe, mientras que en Estados Unidos se augura una recesión inminente.
En Europa, el resurgimiento de movimientos nazifascistas amenaza la estabilidad y los valores democráticos que durante tanto tiempo han definido el continente. En el Medio Oriente, la guerra continúa devastando regiones enteras, dejando a su paso muerte y desolación. Y en América Latina, Argentina se encuentra al borde del abismo sin reservas de oro ni crédito, enfrentando una crisis económica que parece insuperable.
Este colapso no es un evento aislado. Es el resultado de un sistema capitalista que durante décadas ha priorizado el beneficio de unos pocos sobre el bienestar de muchos. La avaricia desenfrenada, la especulación sin límites y la falta de regulación efectiva han llevado a una economía mundial al borde del precipicio. Y ahora, mientras el mundo observa atónito cómo se desploma este gigante con pies de barro, surge una oportunidad única: la redención.
La redención no llegará de la mano de los mismos que han provocado esta crisis. No serán los grandes bancos ni las corporaciones multinacionales los que nos salven. La redención vendrá de las manos de la gente común, de aquellos que han sido relegados a los márgenes del sistema. Es el momento de replantear nuestras prioridades, de construir una economía que ponga a las personas por encima de las ganancias, de crear un sistema que sea sostenible, justo y equitativo.
Este colapso puede parecer el fin del mundo tal como lo conocemos, pero también es una oportunidad para el resurgir de una nueva era. Una era en la que la cooperación y la solidaridad reemplazan a la competencia despiadada, en la que el bienestar de todos es la prioridad, y en la que la justicia social y económica son los pilares fundamentales.
El año 2024 también se perfila como un año crucial para la renovación democrática en algunos de los países más importantes del mundo. Estados Unidos, México, varios países de Europa y Asia como Rusia, China, India, Pakistán y otros están pasando por procesos electorales que determinarán el rumbo político global.
Detrás de esta crisis financiera y política, se vislumbra un reacomodo de poder a escala global. Las viejas estructuras están siendo desmanteladas, y nuevas fuerzas emergen en el horizonte. Las decisiones tomadas en estos tiempos de incertidumbre definirán la configuración de un nuevo régimen mundial. Las alianzas se forjan y se rompen en silencio, y el destino de naciones enteras pende de un hilo.
Es nuestra responsabilidad tomar las riendas del destino y construir un mundo en el que todos podamos prosperar. Porque, en última instancia, este colapso no es solo el fin del capitalismo tal como lo conocemos, sino el comienzo de una nueva era de posible esperanza y posibilidad.
En este momento crítico, debemos estar atentos y preparados. Los próximos movimientos en el tablero global definirán el curso de la historia. La intriga y la incertidumbre son palpables, pero también lo es la esperanza de un mañana mejor. El mundo está cambiando, y nosotros somos parte de los arquitectos de ese cambio.
Columna: Hugo Isaac Gómez Terrazas